Corazon de piedra (2ª parte)

Y sus gentes, aquellas gentes que habían aprendido a amar, a cuidar, empezaron a comportarse de una forma extraña, estaban inquietos, sorprendidos, asustados. Un día  de brumas otoñales, habían aparecido por aquel lugar unas personas, eran gentes como aquellas del lugar, pero tenían algo distinto, una templanza  un andar ambiguo pero decidido, una tez pálida y macilenta, no como aquel color sonrosado de los montañeses acostumbrados al sol; muy estirados empezaron a decir cosas, que aquellas nuestras queridas piedras no acababan de comprender, pero que iban a cambiar el curso de sus vidas…

 Decían no se que de que iban a llenarlo todo de agua, que harían como una especie de balsa muy grande a la que llamaban pantano, que iba a inundar todas las tierras, bosques, campos, cañadas… que el estado iba a pagar por las tierras y casa a los dueños, ya que claro esta, tendrían que marchar del lugar, así que se verían forzados a vender… ¿que era aquello del estado, y pantano, que era eso?… las piedras no entendían nada de nada, nunca habían oído palabras como esas, aquellas personas no les gustaban, con esa forma de hablar tan extraña y correcta…

Y aunque no entendían muy bien lo que decían  lo que si entendieron fue que algo no iba bien. Simplemente por los rostros tristes, desubicados, sin sentido, de aquellas gentes que tanto conocían. Eran rostros, expresiones en ellos, que no acostumbraban a observar, no sin motivo… solamente en aquellos tristes momentos en que un ser querido, un anciano, o quizá un niño, algo muy común en aquellos tiempos, moría, y las gentes se entristecían  y sus hermanas las piedras del cementerio abrazaban entre las esquinas y recovecos, aquel cuerpo, aquellos llantos, que tan solo resonaban allí,  ecos profundos de una tristeza sin comprensión que quedaban allí encerrados…

Tan solo en aquellos momentos, habían observado esos rostros quebrados por el dolor y el abatimiento, y así  encontrarlos allí en aquel momento, sin muerte alguna, las asusto en gran medida, por que entendían que algo horrible estaba por suceder…

Así es como empezó la historia del abandono, la tristeza, el saqueo y el desarraigo de un pueblo y sus gentes… y como este pueblo, tantos otros que reposan en la memoria de los que un día los habitaron, y claro esta, en la memoria pétrea de las que allí quedaron, de nuestras guías y consejeras en este mundo, en esta historia, las piedras…

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En aquellos días  las gentes, las piedras, siguieron viviendo como siempre habían vivido, pero con una negra  nube que acechaba sus cabezas… algunos empezaron a pensar que sí, que tal  fuera mejor marchar, que tal vez fuera cierto lo de que lo iban a llenar todo de agua; aunque les costaba creerlo, algunos decían que en las ciudades se vivía mejor y había mas trabajo para todos, menos penurias, y fríos inviernos que afrontar, cuando un año las cosechas no habían ido bien y el alimento escaseaba… 

Las piedras, resignadas, tristes como ojos abiertos que todo lo miran pero no dicen nada, asistían impávidas a su gran tragedia, por que… ¿que iban a decir?, si nadie podía escucharlas, nadie entendía los susurros, quejidos y lamentos que proferían en son de su tristeza. 

Solamente algunos niños, aquellos que aun no habían alcanzado la edad suficiente para borrar de sus vidas la magia y la ilusión .. pero ¿quien iba a creerlos a ellos? tonterías de niño decía la gente…

Y así se fueron quedando solas, primero unas, luego otras. Como un goteo tenue pero constante, sus amadas gentes fueron marchando, unas con tristeza  otras con resignación  pero al fin, el silencio se adueño de todos los rincones, patios, alcobas y despensas… y las piedras, se fueron acostumbrando a esta nueva vida, solamente acompañadas por los ratoncillos, arañas, murciélagos y otros animalillos, e insectos que poblaron los rincones…

y es que las gentes se fueron prácticamente con lo puesto. Y así el lugar parecía un espejismo distante, como si en cualquier momento alguien fuera a llegar para encender el fuego de la «chaminera», colgar el puchero y hacer un rico guiso. Pero no era así  eran simples esperanzas que no tenían sentido. Y poco a poco aquel olor a puchero espaciado fue desapareciendo, ya solo quedaba en la memoria; a la que a veces recurrían estas amadas piedras, en las frías noches de invierno, para sentirse acompañadas con mas calor y abrigo…

                                                                 CONTINUARA

aquí os dejo la segunda parte, que aun queda mas, poco a poco ya llegará…